miércoles, 2 de marzo de 2011

Vender la moto

Acabo de tener  una revelación: voy a morir en un accidente doméstico. El bulto negro del dorso de mi mano izquierda, fruto de un desafortunado movimiento contra el espejo del baño, es la prueba. Ayer estuve a punto de romperme el dedo gordo del pie izquierdo contra la cama, hace unas semanas protagonicé la típica escena cómica, esta vez en el trabajo, al estamparme de lleno contra el cristal que separa el pasillo del hall y clavarme las gafas. La huella de mi nariz aplastada quedó allí durante quince días. Por unas horas, el puente de mi nariz fue totalmente negro, luego se transformó en azul, ahora sólo queda un pequeño bulto...me temo que me hice una fisura. 
La muerte me trae a la memoria a Aubrey de Grey, que compartía las tardes de jazz con nosotros en el Cricketers, al final de Eden street. Nunca supimos quien era mientras vivimos en Cambridge, ni su tampoco mujer. Los apodábamos los fans número uno y a pesar del desaliño indigente siempre sospechamos que eran científicos locos: la señora desdentada esnifando rapé que extraía de un tubo eppendorf y el druida alucinado con calcetines de Asterix; siempre cogidos de la mano, pinta tras pinta, tarareando con deleite. Y de repente un día, en un programa aleatorio de la 2, allí estaban ellos. Si tenéis paciencia, podéis disfrutar de un programa similar aquí...yo no la he tenido más allá de la escena en la que Aubrey se sienta con su pinta de Abbot a explicar ceceando sus teorías en la misma mesa  en que yo más de una vez me comí un fish & chips (y Watson, y Crick), y aguanté hasta ahí por una extraña nostalgia de aquellos lugares que tantas veces percibí como fríos y hostiles pero que, con mi optimismo retroactivo, recuerdo ahora con una especie de cariño triste. Por abreviar el cuento, este hombre que se vende como gerontólogo, o biólogo o visionario, era el IT del departamento de Genética, donde conoció a su mujer (veinte años mayor). Tanto rapé y tanta ale les debe haber sentado mal a los dos. Postulan que podemos vivir para siempre, que el morir no es más que una enfermedad curable. Descorazonada, me doy cuenta de que las investigaciones de de Grey y de su Fundación no tienen a mis ojos un ápice más ni menos de credibilidad que la de muchos científicos serios que tengo cerca. Al final, tristemente, sólo se trata de vender la moto.

Por uno de esos raros azares, tengo un club de música en directo al final de mi calle en Barcelona, de ambiente muchísimo menos sórdido, y los domingos en lugar de escuchar a The Andy Bowie Quartet, Brigitte nos canta "Video killed the radio star" y Takeshi "Like a Rolling Stone", mientras el clon del recluta patoso vigila a la concurrencia.

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